Cientos de manifestantes están reunidos frente al Palacio del Quirinale, sede de la Presidencia italiana, para festejar. "Bye, bye Silvio", "Este es nuestro bunga-bunga" son algunas de las frases que repiten los ciudadanos.
Izando banderas con los colores de Italia, cientos
de personas se congregaron ante las sedes de instituciones oficiales de
la capital para despedir una era, marcada por los escándalos y la crisis
económica.
Entre las pancartas artesanales brillan aquellas que rezan "¡Bye-bye Silvio!" o que simplemente llevan escrito una palabra: "¡Desaparece!" y "Por fin!". "Es algo que me dolió profundamente",
confesó el ahora ex primer ministro a los dirigentes de su partido, el
Pueblo de la Libertad, poco antes de trasladarse al Palacio del
Qurinale.
Frente al Palacio Chigi, sede del Gobierno, y Montecitorio, edificio del Parlamento, desfilaron personas de todas las edades, jóvenes y adultos, muchas vestidas de violeta,
el color de la oposición independiente, que combate desde hace años al
gobierno de derecha y su controvertido estilo de manejar las riendas del
poder, repartir favores y concebir a las mujeres.
"Que se vaya a su casa y que no regrese nunca más",
gritaba una italiana en medio de los gritos y silbidos. Una orquesta y
su coro, que se formó a través de internet, entona emocionantes áreas de
música clásica, entre ellas el "Aleluya" de Haendel.
En un clima de alegría, los músicos conmemoraban la salida de Berlusconi, mientras otros silbaban y abucheaban al ritmo de "¡Ciao, ciao!".
Cientos de estudiantes universitarios se agruparon ante el Quirinale,
con la esperanza de brindar por el final del gobierno de derecha. "Vamos a marchar en grupos pequeños, pegaditos, así es nuestro bunga-bunga",
comentó divertido uno de ellos al recordar las veladas tórridas de
Berlusconi en su lujosa residencia privada, que le costaron un juicio
por prostitución de una menor.
Frente a su residencia privada, a pocos metros del Parlamento, simpatizantes del multimillonario ex primer ministro se reunieron para manifestarle su apoyo.
"Es único, inolvidable. No tenemos a nadie a su altura", comentó Massimo della Seta, un obrero de 25 años. "Nos sentimos huérfanos", lamentó Maria Teresa Borghelli, 54 años.
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